"Querida, nunca entendí para qué servían los castillos... hasta que nos volvimos todos tan demócratas".

sábado, 27 de marzo de 2010

GANARON ELLAS




Lou, my dear:

¡Cuánta razón tenía Mamá Parsons al prevenirnos contra los extranjeros, los alimentos en lata y los vehículos a motor…!

Ese maldito Bentley ha demostrado no albergar hacia mí mejores sentimientos que hacia su anterior propietario, el difunto tío Aurelius:
No hice caso a Porridge cuando me aseguró que, no contento con arrojar por los aires a un Par del Reino, el maldito Bentley había dado marcha atrás para poder atropellarlo con una obstinación nada británica.
Uno podría creer tal cosa de un Daimler, o de cualquiera de esos chismes continentales... pero, ¿qué será del Imperio Británico si no podemos confiar ya en un Bentley? Me estremezco al pensarlo.

Y no creas que mis padecimientos son sólo de naturaleza moral:
Apenas habíamos dejado atrás Parsonsville para enfilar la alegre campiña inglesa, cuando, de manera alevosa y premeditada, una horda de bóvidos bolcheviques, capitaneados por un gañán no menos bóvido y seguramente instruído en los sótanos del Kremlin, se apoderó por sorpresa de la carretera.
Afronté la situación con el temple que me caracteriza:
Tasqué el freno, toqué el claxon, hice gestos conminatorios y, finalmente, giré el volante con brusquedad. Todo en vano: el Bentley se precipitó sobre los cornúpetas con salvaje alegría.
Sus guardabarros resultaron victoriosos frente a la primera línea enemiga, si bien Porridge (en una actitud que me pareció muy poco leal) abandonó la nave por via aérea para incorporarse a las filas contrarias.
Sabia elección: la segunda línea vacuna -aprestada para la defensa por el sicario de Stalin- repelió nuestra embestida con la solidez del Telón de Acero.
A partir de ahí, sólo recuerdo una gran paz y una extraña sensación de ingravidez, de la que fui rescatado sin contemplaciones por el boyero bolchevique: un individuo realmente odioso.

Del resto, tienes noticias por los periódicos.
En orden de importancia, nuestras bajas afectaron:
-al Bentley, que Dios confunda,
-a Porridge, que se rompió en la refriega dos costillas y ese reloj que le regalaste cuando rescató tu sortija de compromiso del interior de Bucéfalo,
-a un servidor, algo magullado por el efecto masajeador de la vara de fresno que blandía el agitador soviético.

Los bóvidos apenas sufrieron contusiones menores. Probablemente estarán ya planeando el próximo golpe en algún koljost de los alrededores.
En cuanto al Molotov de la vara de fresno -y dado que una institución tan preciosa como el Gulag no ha sido aún implantada en los dominios de Su Graciosa Majestad- me ví en la necesidad de dar rienda suelta a todo mi carácter... y a un billete nuevo de diez libras, que me arrancó de las manos con la avidez del recién converso al capitalismo.

Es todo, querida. Envíame unas lechugas: creo que jamás volveré a probar el roastbeef.

Post Scriptum: Pídele a McGrog que mande a alguien por mis zapatos. (El izquierdo se lo llevaba en el cuerno una vaca color pudding de moras)


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