"Querida, nunca entendí para qué servían los castillos... hasta que nos volvimos todos tan demócratas".

domingo, 18 de abril de 2010

HASTA LA VISTA, CONDE



Wilbur Porridge dijo...
Informe nº 3 de seguimiento del conde B.D.

Después de tres horas de guardia tras los cortinajes del corredor azul que conduce a los aposentos del conde, un ruido proveniente de la escalera me despierta. Apartando levemente las cortinas me asomo y veo una luz que asciende las escaleras y avanza por el pasillo. Nervioso por los últimos acontecimientos, agarro con fuerza el atizador del que me había provisto al comenzar la guardia, pero cuando la luz se acerca compruebo que su portadora no es otra que Rose, que lleva una bandeja y un sucinto camisón. Repuesta del susto que le ha provocado mi súbita irrupción desde las cortinas, e Interrogada sobre su presencia en ese lugar a esas horas Rose responde, de forma desabrida, muy ajena a su afabilidad natural, que viene a traer “un resopón para el conde” pues, afirma, “es una costumbre que se sigue desde tiempo inmemorial en Valaquia”. Observo, sin embargo, que el mencionado resopón no consiste, como cabría esperar, en un vaso de leche y un trozo de plum-cake, sino en una botella de la Veuve Clicquot y un bol conteniendo lo que parece ser caviar, todo lo cual contribuye a reforzar mis recelos.

10:44 AM
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Monsieur de Sans-Foy dijo...

To Mr. Percival Lacoste
Foreign & Commonwealth Office
Whitehall, London


Querido Perry:

Nuestro conde se ha esfumado.
Así, sin avisar.
Cuando me he levantado esta mañana, no quedaba rastro de él ni del globo aerostático.
La verdad es que no me sorprende demasiado, después de una noche como la de ayer:

Hubo baile, vino y zíngaros hasta altas horas, con gran entusiasmo por parte de todo el mundo, incluído el servicio.
Sólo mamá Parsons, que cayó como un leño a la segunda copa, y un servidor, que hubo de ser arrastrado a sus aposentos a la segunda botella, abandonamos la velada a una hora razonable. Lo cierto es que durante toda la noche no he parado de oír puertas que se cerraban, risas y carreras por los pasillos.
El conde ha sido victima, en mi opinión, de su éxito con el bello sexo: no puedes despertar la fiera dormida que habita en toda mujer inglesa, y esperar librarte luego con reverencias y besamanos.
Rose Downstairs capitaneaba una auténtica horda de admiradoras con cofia, incluyendo a la señora Muffwater, la cocinera, y seis pinches de cocina, (entre las que hay una, “Mildred, la esfera”, que pesa ella sola 220 libras).

La misma Lady Parsons tampoco fue del todo ajena a los encantos del conde, aunque se limitó a mostrar un tolerable arrobo pánfilo, como corresponde a su cuna y condición.

En fin... Esperaré a que Porridge me cuente los detalles, pero veo poco probable que el conde Dubrovnik os permita construir una base aérea en sus tierras, salvo que le aseguréis que no hay mujeres en la RAF.

Se hizo lo que se pudo, pero los continentales siempre se meten en problemas.

Saludos a los muchachos,
Eugène

11:47 AM
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Ebenezer McGrog dijo...
Bien sabes, Rose, que no pertenezco a esa clase de hombres que se amilanan ante las adversidades. Pero sé por experiencia que, cuando una situación escapa a nuestro control, la probabilidad de que derive en catástrofe es elevada. La de hoy, desgraciadamente, no ha sido una excepción. El día tuvo un arranque fugazmente prometedor. El barón y yo, después de ingerir un excelente desayuno y tocados con unas peculiares boinas propias del lugar por cortesía del Príncipe Leopoldo, nos plantamos en el muelle a las once esperando ver amarrada nuestra esbelta embarcación de banco móvil para dos sin timonel. El sol brillaba, la moral era alta y ardíamos en deseos de dar una lección deportiva a ciertos individuos jactanciosos que deambulaban por las inmediaciones. Es entonces cuando los acontecimientos comenzaron a tomar un rumbo insospechado. Según parece, el barón no había entendido bien las normas de la competición, y, cuando la confusión quedó laboriosamente aclarada, nos encontramos asidos a un pesado remo y sentados como marineros vikingos en una especie de lancha ballenera llamada “Manuelita” junto con otros once sujetos más bien fornidos que nos observaban con curiosidad. Superado el desconcierto inicial, pudimos observar que otras siete naves semejantes se alineaban en el agua, prestas a iniciar la competición mientras que una muchedumbre se agolpaba en riberas y puentes en medio de un gran jolgorio. El barón y yo cruzamos una mirada de muda resignación disponiéndonos a dar lo mejor de nosotros mismos, y he de decir modestamente que nuestra contribución al esfuerzo colectivo fue aceptable, como lo probaron las miradas de admiración que comenzaron a detectarse entre los otros tripulantes mientras que nuestra trainera -así llaman en la zona a esos haces de troncos- cobraba una ostensible ventaja respecto al resto de embarcaciones.

Y, entonces, sucedió: tocábamos la victoria con los remos enfilando velozmente el último largo, para lo cual debíamos pasar bajo un puente atestado de público, cuando llamó nuestra atención algo que caía al agua interponiéndose entre la trayectoria de la “Manuelita” y la ansiada línea de llegada. La alarma se incrementó notablemente cuando vimos que ese algo tenía el aspecto inconfundible del pequeño Arnold, y que el Príncipe Leopoldo surcaba igualmente el aire en auxilio de nuestro demonio pelirrojo seguido de varias decenas de lugareños. Como es lógico, aquella copiosa lluvia de personas sobre el itinerario establecido motivó la suspensión inmediata de la competición y Arnold, que no cesaba de protestar y dar patadas, fue extraído de las aguas con ayuda de un bichero. El Príncipe Leopoldo, por su parte, consiguió alcanzar la orilla a nado y fue llevado a hombros hasta el Ayuntamiento en medio de grandes muestras de simpatía popular.

Qué agradable resulta encontrarse de nuevo en Parsons Manor, Rose... ¿Han tenido un estancia placentera los invitados de Milady? Aguardo tu informe con impaciencia.

1:03 PM
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Rose Downstairs dijo...
Querido diario…¡cuán equivocada estaba con Wilbur Porrigde! Yo que he visto cosas increíbles, leños de madera ardiendo en la chimenea de los Anazugasti-Arana de Apatamonasterio más allá de San Juán, he visto el Ferrari plateado de Cromwell Photoshop resplandecer cerca del portón de Tan Hause puedo decirte, querido diario, que todos esos momentos palidecerán -y si no, al tiempo- ante lo que hoy voy a relatarte. Es hora de contarlo.

Ayer noche estaba limpiando la escarola cuando de improviso comencé a sentir una extraña sensación en mi interior. Era como si de algún lejano lugar una arrebatadora fuerza se apoderase de mi mente. Poco a poco la temperatura de mi cuerpo se iba incrementando. Decidí ir al botiquín para buscar el termómetro para ver si tenía fiebre. Pero en vez de eso lo que hice es bajar a la bodega y coger una botella de Cliquot Laporta cuveé 09 y encaminarme hacia el aposento de il belo Conde. No me preguntes por qué. Y tampoco "cómo", que te conozco. El caso es que a partir de aquí mis recuerdos se vuelven imprecisos y desordenados. Recuerdo que me encontré con Porridge en el pasillo, que más tarde entré en el aposento del Conde pero allí no había nadie…No, espera. Sí, había algo que se movía incesantemente por el techo. Intenté…intenté levantar la mirada para ver qué era pero súbitamente apareció el Conde a mi lado…sentí su olor a Varón Dandy (curioso que todo un Conde se ponga en manos de otro aristócrata en las distancias cortas, que donde un hombre se la juega) cegando mi pituitaria lo que me produjo un fuerte mareo que el Conde aprovechó para iniciar un estudiado magreo…no podía rechazarle, era presa de una desatada sensación de placer…sus manos, su boca acercándose a mi cuello…yo no quería, ¿eh?, pero ¿qué puede hacer una humilde gobernanta ante los encantos de un hombre así? Estaba resignada a mi suerte cuando ocurrió algo realmente extraordinaro. La contraventana se abrió de par en par dejando ver la plenitud de la acerada luna del cielo de Parsonsville y de repente por la puerta del aposento del Conde apareció la silueta de un ser mitad valette, mitad lobo que se abalanzó sobre el Conde con aviesas intenciones. No puedo contar más, ya que caí al suelo en el embite de la sobrenatural bestia. Al despertar la habitación estaba manga por hombro, el Conde lloraba desconsolado y Porridge me asía con especial ternura mientras me preguntaba si me encontraba bien.

No se, querido diario, si lo que recuerdo sucedió o no. Pero la verdad es que de la botella de Cliquot no quedaba más que el casco.

8:50 PM
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Monsieur de Sans-Foy dijo...
LOU, querida:

Cuando McGrog regrese, te agradecería que le encomiendes la búsqueda de mi macferlán de paño. Ya sabes: el de los cuellos de piel de lobo.
No lo encuentro por ninguna parte.

Eugène de Sans-Foy

8:57 PM
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Arnold Fitzwilliams dijo...
- Verás, Tía Lou: la culpa fue de ese puente. Yo sólo quería ver al tío Rainer y al viejo McGrog. Se supone que habíamos hecho un viaje de miles de millas sólo para eso, pero al llegar me encontré con unas barandillas enormes que no me dejaban ver nada. Yo no tengo la culpa de que allí construyan los puentes de esa forma tan rara, con barandillas altísimas que no dejan ver a los niños o a la gente baja. Debería haber alguna ley que lo prohibiese. Por eso tuve que subirme tan arriba, y no habría sucedido nada si aquella señora gorda no se hubiera puesto a hacer la ola justo cuando yo me asomaba. No comprendo por qué se formó luego todo ese alboroto. Puedo nadar perfectamente, pero estuve a punto de morir ahogado cuando se me echaron encima todas esas personas. Si no llego a saber nadar tan bien podría haber muerto ahogado o afisiado...

11:37 PM

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